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viernes, 28 de junio de 2013

El paredón amarillo

foto en http://www.flickr.com/photos/mcrucera/


Qué triste voladura desmembra a los mayores,
qué estruendosa implosión boicotea en sus sienes
haciendo de sus ojos, dos guisantes perdidos,
haciendo de sus nietos, solo desconocidos.

Es la mente una pértiga corvada por los años
clavados en su punta, afiladores viles.
Un cuadro descuadrado, corrido por el llanto,
lleno de una impotencia, pozo de senectud.

Acaso un día miran su facha en un espejo
y creen que es un disfraz, su pellejo de arrugas.
Arrugado el cerebro, enjuto; amarillo,
tal que un paredón, con pintura de nicotina.

Un paredón en ruinas de una casa, algún día,
amueblada de ideas, de caras, de querencias,
de anémonas marinas de infinitos colores.
Al fin, unicolor: ¡Amarillo!¡Amarillo!

―Dime, ¿quién eres tú?
―Madre, yo soy tu hijo
―¡Ah, no!, ¡no te conozco!
―Madre, mírame bien,
que vengo de tu carne
y tu carne me olvida.
(Llanto).

Todo se evapora, en una mente estancada;
barrotes oxidados es la presa perfecta.
Un barrote es un año, millones la desgracia,
o la soledad,
o el odio,
o tantos travesaños que puentean la deuda.

¿Adónde vais, recuerdos? Acaso vais al mar
de las verdes primaveras y dejáis al cuerpo
arrullar, deprimido, gravitando a la fuerza.
A mí, cuando me llegue, que todo se desplome
como torre de naipes: todo mi ser en uno.