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martes, 11 de junio de 2013

Hay tantos ojos y ningunos son los tuyos



Hay ojos de cristal
que brillan y escuecen como la sal,
ojos profundos
que albergan sacros mundos,
ojos lapidarios
de los impávidamente refractarios,
y los hay melancólicos
pero lo son tan pocos...
Los he visto vívidos
que anegan inocentemente conmovidos,
yermos y hastiados
que invitan a ser poblados,
o majestuosos viperinos
que esconden intrépidos remolinos.
Hay ojos francos,
¡cuidado con las manos de los mancos!,
otros sinceramente lascivos,
más que la espuma de los perros declarativos,
ojos de color camaleónico
como los de aquel amor platónico,
y ojos inquisitivos
cuestionándose si son reales los vivos.
Hay ojos desorbitados,
¡quién sabe qué los ha descoyuntado!,
o perdidos cuenca adentro
jugando a ver si te encuentro,
ojos de contorno lanceolado
como las hojas del olivo de tronco rizado,
ojos de palo seco
propios del muerto que colma el hueco,
y otros de mares
cuyas olas impelieron agrios pesares.
Y luego…

Luego están tus ojos inasibles,
de símil imposible, que malean mi voluntad
hasta mostrarme escayola de fácil grieta
cada vez que nos atenazamos con miradas.

¡Oh mirada! sintonía armoniosa de pares
que se alcanzan desde dos bandos
y dejan fluir una corriente animosa,
y pasan danzantes los deseos,
y las palabras,
y los ritmos,
y el aliento,
y el calor.

¡Oh mirada tierna, cuánto me hablas!
¡Disuélveme!