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lunes, 12 de agosto de 2013

De la nada

Es una grata lección que recibí en el instituto.
Tan solo nos pedía dejar la mente en blanco,
una profesora sosa, macilenta y desganada:
―Hoy toca relajación. ¡A la cartera los libros!
Cerrad bien los ojos, la respiración honda
y perdeos en la nada…

Yo que aborrecía el negro de la habitación oscura
y de todo lo sinfín, no quería ver la nada,
y antes que nada, mi mente, cuerpos desnudos pintaba.
Cuerpos cercanos, que pude tocar con las yemas,
entrecortaban mi aliento, en lugar de compasarlo.

«Cogemos el aire…»
Y bocanadas de oxígeno estremecían mis sesos
cada vez más extasiados; avivando de esta forma,
arrojando nitidez a cada torso sinuoso
que asomaba entre las prendas con sutileza entreabiertas.

«Echamos el aire…»
Y un rostro turbado, tal vez un miembro erguido
se distorsionaba entre la oscuridad,
que es de la nanádada, la mejor compañera
para su eco.